
Un equipo de investigadores alemanes demostró que los abetos expuestos a sequías prolongadas logran adaptarse desarrollando copas más pequeñas, con menos agujas y brotes más cortos, reduciendo hasta un 60% su superficie foliar. Esto les permite conservar agua, incluso años después del evento climático extremo. Durante un experimento iniciado en 2014, se indujo una sequía artificial en un grupo de abetos y hayas, y en 2022, esos mismos árboles resistieron mucho mejor una nueva sequía que sus vecinos no condicionados. Además, estas adaptaciones parecieron beneficiar indirectamente a las hayas cercanas, que también mostraron menos signos de estrés hídrico.