
Una investigación liderada por la bioarqueóloga Sarah Lévêque ha revelado que al menos 28 manuscritos medievales producidos por los monjes cistercienses en el norte de Francia en los siglos XII y XIII fueron encuadernados con pieles de foca común, barbuda y de Groenlandia, procedentes de regiones como Islandia, Noruega, Escocia e incluso Groenlandia, lo que sugiere la existencia de redes comerciales sostenidas entre los monasterios franceses y territorios del Ártico.