
La genética juega un papel clave en el autismo. Estudios con gemelos idénticos muestran que si uno tiene autismo, el otro tiene un 90% de probabilidad de también tenerlo. En 2003, se descubrieron mutaciones en genes que participan en la formación de conexiones neuronales. Más de 100 genes pueden tener algún rol en el desarrollo del trastorno del espectro autista (TEA). La mayoría de los casos no se explican por un único gen, sino por la interacción de miles de variantes genéticas comunes. Factores ambientales, como exposición prenatal a pesticidas o contaminación, también pueden influir. La comunidad científica busca un equilibrio entre reconocer la neurodiversidad y ofrecer apoyos específicos.