
La lluvia ácida se convirtió en una amenaza silenciosa en el siglo XX, causando daños a bosques, lagos y suelos. El ecólogo Gene Likens descubrió que el agua de lluvia tenía niveles de acidez tan altos como los del vinagre. El experimento de David Schindler en los lagos de Ontario demostró que la lluvia ácida podía causar la muerte de peces y la degradación de ecosistemas. En 1990, Estados Unidos reformó su Ley de Aire Limpio, lo que llevó a una reducción drástica de las emisiones responsables de la lluvia ácida.