
La creatividad ya no es vista como un talento exclusivo, sino como una capacidad universal que se puede potenciar. La percepción de los estudiantes sobre su propia creatividad es crucial, y los docentes juegan un papel importante en su desarrollo. Incluir la creatividad como objetivo educativo explícito no requiere cambios drásticos, y estrategias como permitir que los alumnos elijan tareas según sus intereses, fomentar preguntas y presentar contenidos desde distintas perspectivas pueden ser efectivas. La evaluación también puede ser un acto creativo, centrándose en reconocer procesos originales y la toma de riesgos intelectuales. La formación en metodologías creativas es fundamental para los docentes, y la colaboración con las familias es esencial para fomentar la creatividad fuera del aula. La creatividad influye en la construcción de la identidad y el bienestar emocional, especialmente en la adolescencia.