
En la antigua Roma, los salarios variaban según el estatus jurídico, especialización y lugar de residencia. Un legionario romano ganaba 900 sestercios anuales, mientras que un trabajador no militar cualificado podía recibir entre 3 y 10 sestercios al día. Los salarios rurales eran más bajos y estaban ligados al trabajo estacional. Un trabajador agrícola libre podía recibir entre 4 y 5 óbolos diarios, equivalentes a 0,5 sestercios. Los precios de los bienes de primera necesidad, como el trigo, el vino y el aceite, eran altos, lo que hacía que ahorrar fuera difícil para la mayoría de los trabajadores. Solo los soldados y algunos trabajadores urbanos cualificados podían aspirar a mantener cierto nivel de ahorro. La desigualdad estructural era marcada, con los ingresos de la élite terrateniente multiplicando por cien los de un trabajador común.