
Un estudio del MIT ha descubierto que el concreto romano, utilizado en estructuras como el Panteón y los acueductos, contiene clastos de cal viva que actúan como cápsulas de auto-reparación. La mezcla en caliente, utilizada por los romanos, favorecía la formación de estos clastos y mejoraba la adherencia entre los materiales. El concreto moderno, basado en el cemento Portland, no posee esta propiedad de autoreparación y su fabricación es una fuente importante de emisiones de CO₂. La incorporación de clastos de cal y técnicas antiguas en la construcción moderna podría ser una alternativa más sostenible.