
Grigori Rasputin, un monje ruso, llegó a San Petersburgo en 1903 con fama de curandero. Su influencia en la familia imperial rusa, especialmente en la zarina Alexandra Fiódorovna, se debió a su capacidad para calmar el dolor de su hijo Alekséi, hemofílico, sin medicina ni cirugía. En 1911, el primer ministro Stolypin intentó expulsarlo, pero la zarina lo devolvió a la corte. Rasputin aconsejaba sobre nombramientos políticos y eclesiásticos, y su influencia se volvió más poderosa en 1915, cuando el zar Nicolás II estaba ausente por la guerra. Un grupo de nobles, convencidos de que Rasputin era un peligro nacional, lo asesinó en 1916, después de que le ofrecieron vino envenenado y pasteles con cianuro, y le dispararon varias veces.