
En 1941, la Oficina de Operaciones Especiales británica (SOE) ideó un plan para sabotear la industria alemana utilizando ratas muertas rellenas de explosivo plástico. El plan consistía en colocar estas ratas cerca de calderas en fábricas y edificios clave, con la esperanza de que los trabajadores las arrojaran a las calderas, detonando la explosión. Aunque los nazis interceptaron el primer envío de ratas, la operación se consideró un éxito psicológico, ya que sembró la duda y la paranoia en las filas alemanas, obligándolos a desviar recursos para contrarrestar amenazas similares. Una rata bomba se vendió en 2017 por más de 1.800 dólares.