
La muerte de Alejandro Magno en 323 a.C. dejó un vacío de poder en su vasto imperio, que se extendía desde Grecia hasta el Indo. Los diádocos, generales y oficiales de Alejandro, se repartieron el imperio y dieron paso a una nueva era: el periodo helenístico. Pérdicas, nombrado regente, vio su autoridad cuestionada por otros generales ambiciosos. En la conferencia de Babilonia, los diádocos acordaron un reparto provisional del imperio, pero pronto se convirtió en un mero formalismo. La segunda conferencia en Triparadiso redistribuyó el poder, y las guerras de los diádocos se prolongaron hasta bien entrado el siglo III a.C. Los diádocos más destacados incluyeron a Antígono I Monóftalmos y Seleuco I Nicátor, quien fundó el Imperio seléucida. La batalla de Ipsos en 301 a.C. marcó el fin de cualquier intento de reunificar el imperio alejandrino. Los diádocos transformaron el legado de Alejandro en una constelación de reinos helenísticos que marcaron profundamente la historia del Mediterráneo oriental y del Próximo Oriente.