
En 1625, las fondas catalanas ofrecían una comida básica y sencilla, con la olla catalana como plato principal, hecha con legumbres y tubérculos, y acompañada de un caldo caliente. La carne era un lujo y solo se servía en momentos concretos del año. El vino era una necesidad sanitaria más que un placer, y los postres eran una rareza. La comida era una cuestión de supervivencia más que de placer, y se resolvía en un único servicio.